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Fecha de publicacion: 2021-06-12
Una victoria con sabor amargo
El Chaco era un territorio ignorado y desconocido para los paraguayos. Desde siempre. Su exclusión de los itinerarios de la “conquista” cuando los primeros años de la presencia europea en América se debió tanto a las características del terreno o del clima, como a la proverbial hostilidad de los nativos, siempre renuentes a admitir la presencia de los extranjeros en sus pagos, durante todo el período colonial.

Una publicación de la época resaltaba la paz alcanzada luego de tres años de sangrienta guerra.

Ni la provincia del Paraguay antes o la República después contaron con alguna población instalada en el territorio, hasta bien ingresado el siglo XX. Salvo los frustrados intentos en los tiempos del dictador José Gaspar de Francia en el extremo norte, como los de Carlos Antonio López en el bajo sur, que finalmente concretados, tuvieron corta duración. Solo los embarcaderos de la margen derecha del río Paraguay tuvieron alguna persistencia para hacer de “cabeza de puente” en la extracción de madera de sus montes o pastoreo del ganado, desde finales del siglo XIX.

Pero el litigio desencadenado desde 1932 ya tuvo sus embriones en el Tratado Secreto de la Triple Alianza firmado en Buenos Aires el 1º de mayo de 1865 para llevar la guerra al Paraguay. Pues este documento establecía que el Chaco pertenecía a la Argentina “desde el Bermejo hasta Bahía Negra”. Y cuando el “secreto” fuera desvelado un año y meses más tarde, se escucharía la voz del gobierno del Altiplano aduciendo que el Chaco era enteramente boliviano. Terminada la guerra en 1870 y “resueltos” los problemas de límites del Paraguay con sus vecinos Argentina y Brasil, y especialmente al conocerse el Laudo Hayes del 12 de noviembre de 1878, empezaron las confrontaciones diplomáticas con Bolivia. Las que se desarrollaron con los siguientes intentos:
* Tratado firmado por Antonio Quijarro y José Segundo Decoud, el 15 de octubre de 1879.
*Tratado firmado por Isaac Tamayo y Benjamín Aceval, el 16 de febrero de 1887.
*Tratado firmado por Gregorio Benítez y Thelmo Ichazo, el 23 de noviembre de 1894.

Trece años más tarde, Claudio Pinilla y Juan José Soler firmaban un nuevo Protocolo en Buenos Aires. Las negociaciones siguieron en Asunción en 1907, entre Emeterio Cano y Manuel Domínguez. También en la capital paraguaya, Eusebio Ayala y Ricardo Mujía firmarían otro Protocolo, el 5 de abril de 1913. Entre 1916 y 1927, ambos gobiernos firmarían otra serie de documentos con el aparente intento de evitar una confrontación militar que a esas alturas, parecía ya inevitable.

Palomas y halcones

El largo proceso para acordar límites entre los dos países fue interferido y frustrado en distintas oportunidades y por diferentes razones. Entre estas, se encontraba la generalizada ignorancia sobre el territorio, sobre su extensión, sus características y potencial productivo. Así como puede afirmarse que la “voluntad de guerra” siempre prevalecía en países sin tradición democrática y que habían sufrido el flagelo de líderes mesiánicos y autoritarios, en vez del ejercicio de actitudes reflexivas y sensatas para dirimir o legitimar las líneas fronterizas. Para mayor gravedad, tampoco las organizaciones internacionales o regionales tenían un peso mayor que los intereses -propios y extraños- que pudieran desmantelar la firme animosidad de naciones y líderes enconadamente enfrentados. Por lo que en medio de estos fenómenos y a pesar de las declamadas intenciones de paz en los distintos encuentros entre sus diplomáticos, en los Gabinetes de Gobierno de Paraguay como de Bolivia, los halcones superaron siempre a las palomas.

Finalmente la guerra

El desarrollo militar de los acontecimientos, siguió el siguiente calendario: a partir del 15 de julio de 1932, las fuerzas paraguayas recuperaban de manos bolivianas el Fortín “Pitiantuta”. El 29 de setiembre siguiente se ponía fin del sitio a Boquerón con el desalojo de las fuerzas de Bolivia. El 6 de noviembre le tocaba el turno a Platanillos.

El 26 de febrero de 1933, se producía la gran victoria paraguaya de Fortín Toledo. En los días 4 y 11 de julio del mismo año, se iniciaban las batallas de Nanawa y en torno al Fortín Gondra. Por este enclave se lucharía hasta finales de diciembre. El 15 de setiembre, el ejército paraguayo obtenía otras dos victorias en Pampa Grande y Pozo Favorito. Para terminar el año con el martirio boliviano en Campo Vía, donde se rendían dos divisiones de su ejército.

El 23 de agosto de 1934, las fuerzas paraguayas capturaban Algodonal y el 5 de octubre, Ingavi. El año terminaba con dos victorias más de las huestes guaraníes: en El Carmen el 16 de noviembre y al día siguiente, en Ballivián. El 8 de diciembre se producía la victoria paraguaya en Yrendagüe y dos días más tarde culminaban las acciones de aquel año ’34, con la dolorosa retirada boliviana de Picuiba.

En 1935 y mientras seguía incontenible el avance paraguayo con varias acciones que llegaron hasta la pre cordillera andina, seguían febriles las conversaciones para el logro de la paz entre Paraguay y Bolivia. Las negociaciones, con distintos escenarios y protagonistas, tuvieron las mismas sinuosidades y contradicciones verificadas en el proceso que llevó a la guerra. Para culminar finalmente en Buenos Aires, donde el 12 de junio de 1935 con la firma del Protocolo Riart-Elío que ponía fin a la contienda.
Conclusión

La mistificación de la historia, la propensión de adjudicar tendencias partidarias a los hechos, la inaceptable ideologización de los mismos lejos de los contextos sociales, políticos y culturales que los produjeron, no han ayudado a desbrozar la compleja maraña que podría llevarnos a entender mejor nuestros problemas de hoy, así como para otorgarles adecuadas soluciones.

Increíblemente, la victoria militar en el Chaco fue tan disociante para los paraguayos como lo fuera en su momento la derrota en manos de la Triple Alianza. Y en ambos casos, no por la guerra misma sino por su desarrollo, por su desenlace y consecuencias, debido a la ignorancia sobre sus verdaderas causas y por el habitual desdén con el que premiamos a los que se atreven a algún éxito o a los que sufren por el sacrificio de defender a la Patria.

La Guerra del Chaco nos regaló una gran victoria militar. Es cierto. Pero la miopía política de nuestros líderes y el prestigio con el que algunos oficiales regresaron del Chaco produjo la emergencia del militarismo en el Paraguay. Y el menosprecio a las consecuencias del fenómeno, nos trajeron sucesivamente la anarquía en la que se disolvieron las instituciones... y la dictadura con la que se pretendió remediar la anarquía.

Y aquí estamos, iniciando el siglo XXI, con casi los mismos males que los que teníamos al final del proceso independentista. Pero sin las virtudes ni los líderes que tuvimos entonces. La ignorancia o la deformación de los hechos históricos no ha hecho sino reiterarnos en la comisión de errores que nos han desviado -hace ya mucho tiempo- del camino que puede conducirnos hacia la ansiada felicidad... o algo que se le parezca.
 



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